Reseña: Carcoma

 

Layla Martínez dota de vida a una vieja casa y la convierte en una protagonista más de su novela Carcoma. La casa de Carcoma está llena de sombras, espíritus y muertos. La casa es testigo del horror que encierran sus paredes. La casa es un símbolo del territorio de las mujeres, que a menudo se convierte en un espacio peligroso, en una cárcel de la que resulta muy difícil escapar. La casa construida con el dolor de mujeres prostituidas, al igual que sus habitadoras, tiene un pasado.

Carcoma es la historia de una venganza escrita con firme seguridad, a ratos acelerada por la ausencia de puntuación. Es también la historia de un tiempo de miseria y violencia, de guerra y muertos en las cunetas, de señoritos y esclavos, de mujeres destrozadas por el patriarcado, de alguien que dice: ¡Basta!

Nieta y abuela alternan un relato que atraviesa a toda su estirpe, a cuatro generaciones de mujeres. Algo que le ocurrió a la bisabuela sigue condicionando el presente y penetra como la carcoma en las entrañas de las mujeres que le suceden para roerlas por dentro.

El odio es otro protagonista que supura la historia. Los Jarabo son el enemigo, representan a una clase social todopoderosa que ejerce su dominio desde hace generaciones. Son dueños de tierras, de dinero, de las vidas de esas gentes a las que la pobreza obliga a servirles. Han sido también cazadores de hombres durante la posguerra, por eso son temidos y aborrecidos a partes iguales, por eso nadie se compadece de ellos cuando su hijo desaparece. Al final acaban pagando por lo que hicieron sus antepasados.

Carcoma se inicia como un cuento de horror, aparecidos y fantasmas que buscan recuperar la paz. Sin embargo, es mucho más que eso. Layla Martínez ha escrito una novela cruda que habla sobre nosotros, sobre una sociedad que aún no ha cauterizado las heridas de una guerra porque los muertos siguen en fosas comunes, son sombras que habitan nuestro presente. Los traumas se heredan, pasan de generación en generación como un sello de identidad familiar. A falta de una justicia sanadora queda la venganza largo tiempo cocinada, hasta convertirse en la reparación necesaria para que los espíritus que habitan la casa y sus moradoras hallen la paz.

 

*Autora: María Dubón