Es
el 4 de julio de 1996 en Niágara Falls. Estados Unidos conmemora su fiesta
nacional. Teena Maguire y su hija de doce años, Bethie, regresan a casa tras
las celebraciones. Pasada la medianoche, y apara atajar, cruzan por Rocky Pint
Park. El parque está desierto a esas horas, o eso piensan. Cerca de la laguna
verdosa y sucia hay un destartalado cobertizo que se convertirá en el escenario
de una violación grupal. Bethie llorará, suplicará a los agresores y conseguirá
guarecerse en un rincón mientras escucha los insultos, los golpes, las risas,
la bestialidad desatada sobre su madre.
Teena Maguire, violada, magullada y medio muerta, se
lo habrá buscado. ¿A quién se le ocurre ponerse una camiseta de tirantes,
pantalones cortos y unas sandalias de tacón? Seguro que iría borracha o cargada
de coca, que se ofreció a los jóvenes y luego cambió de opinión, la muy puta.
¿Qué esperaba? Los chicos tenían las hormonas revolucionadas, habían tomado
unas cervezas, solo pretendían pasar un buen rato. No les pueden acusar por
eso.
Dromoor es un poli novato. Le gustan las armas.
Disfruta con ellas. Las limpia. Las carga. Las dispara. Ha estado en el
ejército durante la Guerra del Golfo, casi llega a ser francotirador de élite.
No habla mucho, pero es listo. El único agente de la comisaría que ha disparado
contra un blanco humano y lo ha abatido. Por ello le concedieron una medalla al
valor.
Teena y Dromoor se habían conocido en el bar La
Herradura, si él no hubiera estado casado y esperando un hijo… Dos años
después volvieron a encontrarse. Ella se hallaba inconsciente en un cobertizo.
Él acudía a una llamada de emergencia, fue el primero en llegar. Teena estaba
medio desnuda, sangraba por la cabeza, tenía rota la nariz, los labios
desgarrados, la sangre manaba entre sus piernas.
La única testigo una niña. Una niña quebrada que
repite los hechos mil veces, quiere cooperar. Solo desea que su madre no muera
durante los cinco días que pasa en coma. Y esa niña, adulta prematura y a la
fuerza, se enamora de su salvador. Solo ha podido identificar a cinco de seis,
de ocho, quién sabe cuántos eran los monstruos. Hay pruebas, ADN, ropa manchada
de sangre. Los sospechosos son vecinos. La investigación se inicia.
Joyce
Carol Oates escribe desde las tripas, de una forma sintética y perfectamente
planificada, dosifica el suspense a buen ritmo narrativo y provoca en el lector
sensaciones profundas. Hay algo hermoso en la narración que cautiva e impacta,
que genera avidez por conocer a las víctimas y a los victimarios mientras se
espera la ansiada justicia.
*Autora: María Dubón