En pleno apogeo
del siglo de las luces, tocando ya sus aletazos finales, la escritora y
pedagoga Josefa Amar y Borbón alza su voz desde el púlpito a un palco
controlado y dominado por los hombres, pronunciando, a través de una retórica
rematadamente crítica, un enunciado que resaltaría la evidente situación de las
mujeres; constatando su crucial carencia de oportunidades, ya desde los años de
la infancia; sometiéndolas a la rigurosa dependencia masculina, estando
constantemente en inferioridad tanto intelectual como de cualquier otra índole,
acostumbradas a ser y estar un peldaño siempre por debajo del sexo opuesto. Nos
lo explica de este modo:
«¿Pero cómo se ha
de esperar una mutación tan necesaria, si los mismos hombres tratan con tanta
desigualdad a las mugeres? En una parte del mundo son esclavas, en la otra
dependientes. Tratemos de las primeras. ¿Qué progresos podrán hacer estando
rodeadas de tiranos, en lugar de compañeros? En tal estado les conviene una
total ignorancia, para hacer menos pesadas sus cadenas. Si pudieran desear
alguna cosa, o hacer algún esfuerzo, debería ser para que se instruyesen, y
civilizasen aquellos hombres, esperando que el uso de la razón rompería sus
grillos, que mantiene la ignorancia».
Contemplamos en
las palabras de esta avezada escritora, una alocución completamente innovadora
para aquel periodo en el que le tocó habitar. Sin duda, hoy diríamos que este
enérgico discurso estuvo planteado en tono de clave feminista, término
lingüístico que aún no había nacido; pero que, sin embargo, expresaría en unas
ideas progresistas y deliberadamente transgresoras alrededor del contexto
social y político que constreñía a las mujeres en el siglo XVIII, incluso a
pesar de la alta posición de la autora y de su clara voz ilustrada:
«Saben ellos que
no pueden aspirar a ningún empleo, ni recompensa pública; que sus ideas no
tienen más extensión que las paredes de una casa, o de un Convento. Si esto no
es bastante para sofocar el mayor talento del mundo, no sé que otras trabas
puedan buscarse».
Josefa Amar y Borbón
continúa aludiendo a la creación según los dictados eclesiásticos y, además,
intenta reinterpretar los evangelios con su mirada puesta hacia las hazañas y
proezas históricas que, a lo largo de milenios, hemos conquistado las mujeres. Al
mismo tiempo, está defendiendo, a capa y espada, la vital importancia de la
educación femenina, denunciando aquella enseñanza de adorno que se les otorgaba
arbitrariamente a las niñas, en la que su aprendizaje se enfocaba hacia las
labores propias de su condición, como mucho simplemente sabían leer o escribir
si pertenecían a las clases más privilegiadas; mientras que, muy al contrario,
los niños de buenas familias recibían una educación versada tanto en el estudio
como en las ciencias y, asimismo, encaminada a dar sus pasos en los Colegios o
en las Universidades y, por consiguiente, con ese foco de atención puesto ya en
los futuros empleos. Nos lo muestra así:
«… se reconviene,
y se reprende el sexo en general por su ignorancia; como si esto fuera defecto
suyo, y no más presto defecto de la educación y circunstancia en que se halla».
La escritora
zaragozana alegó, ante un público masculino y rompiendo con aplomo y firmeza las
consabidas normas de aquel entonces, que la disposición y capacidad intelectual
se debe medir y observar por igual en cualquiera de los sexos, las mujeres solo
necesitan que les abran ese umbral del saber; esa muralla guardesa del
conocimiento en toda su magnitud. Del mismo modo, Josefa Amar y Borbón defiende,
con un sólido argumento, que el resto de talentosas mujeres puedan franquear el
arco de entrada de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, de la que fue
miembro activo y tuvo una muy destacada presencia, y donde el rastro femenino
se disipaba entre la niebla, encontrándose prácticamente ausente en todo su
conjunto; e increpando a muchos hombres a los que la posesión de riquezas y no
las artes intelectuales, les habían dado cabida y consenso. Concluye
solicitando la admisión de las mujeres en la citada Sociedad Económica,
estimando que este singular hecho sería completamente favorable tanto para los
hombres como para las mujeres, ya que los méritos y habilidades intelectuales
de ambos sumarían puntos en pro del desarrollo y la evolución de la humanidad,
forjando un colosal enriquecimiento cultural para toda la sociedad al completo.
No hay duda de que Josefa Amar y Borbón, con las distinciones que su elevado
rango social le profería, fue una mujer que marcó sus días con un paso
invariablemente por delante, consciente de la preeminente esclavitud que
atrapaba a las mujeres de su época, más aún a aquellas a las que la pobreza las
embadurnaba por todos sus costados; fue una acérrima luchadora, se propuso
transformar mentalidades obtusas para poder equiparar las fuentes del saber, en
un manantial que aprendiera a ser igualitario. Un mensaje que, tras más de dos
siglos de espera, continuamos vociferando las mujeres, aun cuando hemos
avanzado mucho y hemos llegado a colonizar infinidad de huecos y espacios,
intocables por aquel momento.
*Reseña: Raquel Victoria