Andrea
arrastra sus acelerados e inseguros pasos sobre las lúgubres aceras de la calle
de Aribau. La ciudad y el otoño universitario se espolvorean ante sus anheladas
esperanzas que ha traído ocultas, aprisionadas en su cargada maleta. Sin
embargo, las polvorientas paredes de la casa de su abuela han perdido,
irremediablemente, la elegancia y el esplendor grabados en la borrosa pantalla
de los recuerdos de su infancia, desmoronándose con pesadez en el discrepante y
bochornoso ambiente que reina en el hogar, filtrándose en su piel y
asfixiándola por dentro. La tenue luz amarillenta de los faroles no consigue
mitigar los temores y la angustia que corroen a Andrea, desde que la pétrea y
predominante figura de su tía Angustias condiciona su vital juventud entre cerrojos
oxidados, y mucho más tarde, cuando un soplo de brisa marina le acerca a su
enigmática y deslumbrante amiga Ena. Suspendida entre agotadoras nubes infladas
de miseria y hambre, siendo, además, lamentablemente, testigo de continuos
maltratos; la tristeza se colará en Andrea, sintiéndose vacía y herida en un
tiempo, en una casa y en la frialdad de una familia turbada, que no le han
reportado nada.
“Nada” nos
introduce con veracidad en la Barcelona oscura y gris de la inmediata
posguerra. Con un lenguaje detallista e intimista y una prosa particularmente
metafórica, la autora concentra en los peculiares y extravagantes personajes de
esta familia, un rencor caracterizado por los abismales silencios que fueron
acompasando el decadente dolor de los años cuarenta; una época donde las saetas
del reloj dictaban a cada minuto la terrible congoja bordada de desconsuelo,
que se agarraba con fiereza a cualquier esquina y dejaba actuar a las garras
destructoras del machismo sin compasión alguna, encontrando así las vidas
huecas y llenas de insaciables carencias, en unos momentos de frágil existencia
que devastaron a sus gentes, cuyo único propósito se simplificó al de la más
sencilla y elemental subsistencia.
*Reseña: Raquel
Victoria