Reseña del libro: Orgullo y prejuicio

Dentro del condado de Hertforshire pincelado por las variadas tonalidades que, punto a punto, espolvorean el anillo verde de la extensa campiña inglesa, e inmersas/os en un tiempo donde la razón lo ilustraba todo; nos encontramos frente a una familia un tanto peculiar, los Bennet. Allí, bajo el abrumador influjo de unas luces que enfocan con reverente fijación la ostentosa pista de baile, una imponente pasarela de rigor y convenciones da la superflua bienvenida a las jovencitas que se encuentran en plena flor de la edad casadera, tal como es el caso de las hermanas Bennet, para que puedan rivalizar y asentarse, con espléndido orgullo y sin vacilar siquiera, en el distintivo carruaje del porvenir. Mientras tanto, la apabullante labor de la señora Bennet consistirá sencillamente en lograr bordar los vestidos de sus hijas con la afortunada prenda de acaudalados pretendientes. Sin embargo, y a pesar de los persistentes deseos de su madre, solo la senda escogida por cada una de ellas, llegará a afianzar los pasos hacia fines matrimoniales; así como sus respectivos y divergentes caracteres les van a hacer vislumbrar el mundo que les rodea, desde perspectivas totalmente opuestas. Conforme van sucediéndose las desventuras y los hechos, vamos entreviendo también la honda transformación de Elizabeth que, claramente, va moldeando de manera progresiva sus pensamientos, hasta borrar todas aquellas aristas que le inducían a concebir en su expresiva mirada a un pretencioso Darcy, aquel que el majestuoso retrato que adorna las paredes de Pemberley, en realidad, dista bastante de saber reflejar. Aun con todo, será complicado atravesar sin estorbos, los izados escalones impuestos por el imperturbable linaje que alberga Su Señoría, y aun así, solo los petulantes seguirán revoloteando a su alrededor con dependiente servilismo. No obstante, la descortesía estrechamente ligada a la vulgaridad que asiduamente aparece en las tarjetas de presentación de su familia, hará que las mejillas de Elizabeth se enciendan de vergüenza, en esa etapa vital en la que la reputación de una señorita estaba por encima, incluso, de cualquier opulento tesoro que nadara en las aguas de la abundancia.

“Orgullo y prejuicio” nos traslada íntegramente a la Inglaterra rural de finales del siglo XVIII. Nos enseña fielmente unos momentos regidos por cuantiosos convencionalismos y conducidos por las más estrictas reglas sociales, donde no era plausible ni un solo proceder que se excediera del contexto en el que vivían. Del mismo modo, nos presenta, con veraz realismo, la evidente diferenciación de clases dentro de una misma esfera, compuesta desde una elevada alcurnia hasta una posición ciertamente acomodada pero de inferior rango. Con el trasfondo de un horizonte marcado por el matrimonio, entrevemos la privativa y oprimida vida de las mujeres en aquella época, donde prácticamente la única estrategia para salir adelante era convenir un ventajoso enlace conyugal a través de la decencia y el decoro, por supuesto, con la consiguiente nulidad casi absoluta que las mujeres se vieron obligadas a conllevar durante siglos, y que ahora Jane Austen, sin meditarlo y, más aún, seguramente sin pretenderlo, nos hace reflexionar. Al mismo tiempo, nos inclina frecuentemente a presuponer y prejuzgar todo lo que va acaeciendo, ya que las señoras protagonistas entretienen sus ratos libres con el disparatado cotilleo, algo desmesuradamente habitual como pasatiempo en aquellos años. Además, el engreimiento y el egoísmo propio se solapan continuamente en estas páginas, hablándonos igualmente de la máscara que esculpen las falsedades por el simple propósito de aparentar ante los demás, eclipsando, de esta forma, la verdadera esencia de una/o misma/o. La autora, por medio de un lenguaje contundente, directo e íntimo, y una narrativa que roza sentimientos y encubre enrevesados razonamientos; describe con arrolladora exactitud la personalidad que otorga a sus protagonistas, a veces, también salpicada por un tono relativamente irónico. Así, paulatinamente, vamos observando los vestigios de una sociedad inglesa basada en un tradicionalismo fervientemente conservador por todas sus caras, con costumbres intrínsecamente arraigadas, instruyendo a las muchachas en ellas desde su más tierna infancia, inculcándoles una severa educación guiada exclusivamente en torno a la unión patrimonial, adoctrinándolas hacia una meta donde debían alcanzar la mayor cúspide económica. De hecho, las obsoletas leyes inglesas dictaban a favor de la herencia masculina, aun cuando la descendencia fuera en su totalidad un legado femenino. Con la mirada puesta tras los turbios ventanales de la casa, vislumbramos, desde el interior, los acontecimientos de una vida cotidiana abocada detrás de la verja de unas ambiciosas mansiones, que nos indican ese otro lado de reclusión con el que, cada día, tenían que lidiar aquellas señoras de alzada cuna. Esta novela está considerada una de las mejores obras de la escritora británica y, aunque suele calificarse como romántica, verdaderamente, a ello le supera tanto la profundidad de sus personajes como la condición social mostrada en este nítido espejo de aquel instante, grabado por el tinte de una pluma adelantada a un tiempo en el que la opción más apropiada para una mujer, residía en aferrarse con firmeza al umbral que se hallaba escondido, justo detrás de los ornamentos del altar.

*Reseña: Raquel Victoria