Tras los lúgubres cristales que empañan un oscuro
laboratorio de Ingolstadt, un joven y brillante universitario de orígenes
ginebrinos busca ansioso en los cauces de la filosofía natural, el inesperado
torrente que ha de guiar sus conocimientos hacia la materia que modela el
elixir de la vida. Allí, entre el cadente paso de las estaciones, las fuerzas
sobrenaturales irrumpirán de súbito, forjando la conexión química de una
monstruosa y abominable criatura, y contemplando así el nacimiento de una
especie desconocida hasta el momento y que, asombrosamente, comparte tanto
aspectos primitivos y salvajes como rasgos de personalidad semejantes al ser
humano. Desde ese fatídico y crucial instante y ante el abandono de su propio
creador, el doctor Frankenstein, nos deslizaremos en un vertiginoso y arduo
recorrido por idílicos parajes del norte de Europa, que nos llevará a bucear
entre helados lagos y congelados océanos que ciernen un perpetuo y asolado invierno en las entrañas
de ambos protagonistas, sepultando los razonamientos de Frankenstein bajo
macizas montañas de melancolía y resentimiento, o desatando la terrible
perversión de la bestia, cuya transformación sentimental sumida primero en la
soledad y el vacío, de pronto, albergará un desproporcionado odio que sembrará
el caos, desencadenando un reguero de crímenes atroces; trocando igualmente y
sin remedio la prometedora vida de su progenitor, arropada con el afecto y el
calor de sus seres más queridos, a una despiadada pesadilla surgida del más
cruel de los infiernos, y tornando su sobrecogedora estampa familiar en un mar
de hielo, que paraliza cada mínimo sentimiento y colapsa en rígidos bloques
polares cada resquicio de pensamiento.
“Frankenstein o el moderno Prometeo” nos introduce con
maestría en un siglo XVIII conducido por los avances y logros que,
progresivamente, iban llevando novedosos adelantos y descubrimientos en los
diversos campos que abarcaba la ciencia, inmersa en aquel periodo en plena
Revolución Científica. Asimismo, nos abre la llave del mundo experimental para
hacernos dilucidar constantemente, sobre la imperceptible chispa que prende y
delimita el tenso hilo que separa la frontera entre la vida y la muerte. Con un
sofisticado vocabulario y una narrativa honda e inquietante, la autora teje la
propia conducta de los personajes de manera sublime, induciéndonos a una
profunda reflexión y transmitiéndonos un mensaje de crítica social que,
lamentablemente, seguimos observando en nuestro presente; dejándonos entrever a
través de las cavilaciones del monstruo, la patente discriminación de la
sociedad que, en lugar de enriquecerse con todo aquello que notamos diferente,
en muchas ocasiones, lo aparta y lo desprecia arrinconándolo en el lado más
sombrío de la marginación. Mary Shelley nos adentra por la bella espesura de
bosques alpinos para desembocar en la continua meditación de Frankenstein que
carga con la losa de la culpa, o la terrorífica mutación del sentir de la
criatura, en la que creación y destrucción se interponen mutuamente. La
escritora británica, por medio de una prosa que exhala frescura, nos plantea,
lejos de la figura de terror interpretada posteriormente en el cine, el
conflicto ético que conlleva la ciencia en todas sus disciplinas y, además, nos
muestra la realidad interior de los protagonistas, y lo hace aún dos siglos
después de que esta obra literaria viera la luz, lanzándonos una mirada igualitaria y
equitativa que consiga traspasar y desechar la gruesa tela que borda por fuera
nada más que las apariencias. Con transparente nitidez, Mary Shelley compuso
una imprescindible novela de ciencia ficción que aunque hoy forma parte de los
grandes clásicos, rellena también las páginas de una literatura muy actual, en
la que se resaltan una serie de comportamientos moralistas llevados al borde de
un precipicio que vamos divisando entre tinieblas teñidas por claros y sombras.
*Reseña: Raquel Victoria