Reseña del libro: Cumbres Borrascosas

Resplandeciendo el año 1801 y aconteciendo igualmente a nítidos y nostálgicos recuerdos de anteriores decenios transcurridos, nos encontramos en las lindes de una región inhóspita situada en mitad de ninguna parte y contorneada por las salvajes tierras del norte de Inglaterra, allí, un entorno deliberadamente hostil y en muchas ocasiones cruelmente despiadado, recorre vertiginosamente la vida de sus habitantes, cuyos días se enclavan en un abrupto terreno donde el viento helado del invierno les zarandea sin descanso, con un clima severamente adverso que retuerce el tronco de los árboles y encoge de intensa frialdad a los peculiares protagonistas. En medio de este desapacible ambiente que poco a poco va consumiendo y atemorizando a los variados personajes, la sensata y entrañable criada Ellen Dean va abriendo sigilosamente con su manojo de llaves, cada recóndita cerradura y rincón secreto escondidos a buen resguardo entre las briznas de hierba humedecidas del jardín de La Granja de los Tordos o entre las revueltas cenizas del candente hogar de Cumbres Borrascosas. Ambos lugares conforman auténticas mansiones señoriales de la sociedad rural inglesa y están entrelazadas entre sí bajo los respetados e imponentes apellidos de los Linton y los Earnshaw, unidos conyugalmente y notables en toda la comarca. Totalmente aisladas del pequeño pueblo de Gimmerton y con la espesa línea divisoria que delimita el páramo, separando de la misma manera una finca de otra, se irá conformando también  la propia personalidad de sus moradores, llena de viveza y luminosidad tras las paredes de La Granja o colmada de tenebrosas sombras pululando por los maléficos muros de las Cumbres. En lo alto de la colina, Cumbres Borrascosas se mantiene imbatible y con una rigidez inagotable, donde su último y feroz amo saca de su interior, sin ningún tipo de compasión y con ferviente ahínco, una tormenta de ira para lograr alcanzar como sea y a costa de quien haga falta sus avariciosos fines, trasladando un terrorífico pánico a todo aquel o aquella que ose cruzarse en su codiciado e irascible camino. Sin embargo, la joven Catherine Linton, a pesar de las fatales circunstancias que le ahogan y oprimen, llegará a hacer vibrar la tensa cuerda que les devora a todos por dentro y que el pretencioso y odiado Heathcliff, se encarga de manejar a su antojo, violentando brutalmente la existencia de quienes le rodean y dejándoles sumidos bajo las garras de la congoja y el miedo. La desesperación y la soledad ocuparán paulatinamente cada ínfimo espacio repartido en las habitaciones de Cumbres Borrascosas, del mismo modo que se irá forjando el carácter de los personajes, a veces temperamental y soñador, y otras, enclaustrado en la apatía. Aun con todo, la efervescencia del amor impetuosamente juvenil, emergerá abrigando el paisaje de un cielo puramente limpio, aunque la brisa habitualmente enfebrecida, salpique en abundancia con desgarradores nubarrones negros la esporádica calma turbada por el horizonte de las embarradas colinas.

“Cumbres Borrascosas” está considerada una obra maestra de la literatura británica. Nos introduce de una forma sutil, en los hábitos que caracterizaron a las altas clases sociales de la Inglaterra victoriana, relatándonos desconcertantes conflictos familiares a través del linaje, y acercándonos de esta forma a los consabidos enlaces de parentesco patrimonial, además de plantearnos un inusual cambio en los papeles tradicionales del orden establecido de la época, representados con el irritable Heathcliff frente a un Hareton perfilado como su más fiel monigote. Pero el hecho más revelador de la novela es que alberga personajes muy originales, bastante particulares y a los que la autora ha sabido dotarles de una forma de ser única a cada uno de ellos, de los que nos pincela una silueta temida y fantasmagórica, y, a su vez, atrayente. Emily Brontë, con un lenguaje sumamente absorbente y descriptivo, nos sumerge en las tinieblas que encubren a un maltratador y a todas las extrañas personas que deambulan a su alrededor, haciéndonos espectadores asimismo de insólitos parajes que centellean y se ensombrecen al mismo tiempo, insinuándonos también un momento conducido por los designios religiosos, los escalones de clase y las diabólicas supersticiones que rondaban sobre las tumbas y su lúgubre mundo funerario, fantasiosas leyendas que la gente del pueblo creía a pies juntillas y las hacía suyas, recreándonoslo en esa atmósfera narrativa que avanza siniestra e inquietante.


*Reseña: Raquel Victoria