Las tonalidades ocres que determinan el paisaje, empañan
igualmente en absoluta totalidad los últimos pensamientos de Julia, llevándola
a lanzarse al precipicio más extremo sin poder ya mirar detrás del dintel que
enmarca su pasado y cayendo en el abismo como lo hacen las hojas al
desprenderse de las ramas de los árboles, en esa estación sombría que acogen
los meses otoñales y que ella adora. A partir del fatídico y demoledor momento
en el que Julia se arranca su propia vida de cuajo, todo su mundo, aquel que a
cada instante la rodeaba, se desmorona completamente, precipitándose a la nada
y descomponiendo pieza a pieza los moldes que sostenían los endebles cimientos
de su familia. Multitud de secretos tapados irán saliendo a flote, y lo harán
rascando las confidencias de sus amigas y a través de las íntimas palabras que
Julia guardó para Luisa, su madre, entre las rugosas tapas de sus cuadernos.
Capas de duelo e impotencia anidan con ahínco en cada uno de los personajes
vinculados de una u otra manera a la protagonista, formando mayores y
crecientes láminas de culpabilidad que impregnan su aroma de vainilla allí a donde
sus pies les arrastren. Sin embargo, el sufrimiento más atroz penetra
implacablemente por todos los poros de la piel de Luisa. Los recuerdos afloran
en ella con punzante desesperación, abriendo surcos imposibles de dejar atrás
bajo los dulces días que resplandecieron luminosos en la infancia de su hija.
Ahora el desconsuelo camina triunfante ante sus miserias, robada y arrebatada
de su Julia y desgarrada por los vestigios de soledad que envolvieron
inquietantes y largos silencios en la impenetrable frontera de su habitación. A
pesar del dolor contenido que el viento va esparciendo alrededor del universo
adolescente que poblaba los días de Julia, las preguntas sin respuesta surgen
como un torbellino arrasador que Luisa consigue desmadejar, sonsacando una
terrible verdad que ha permanecido oculta demasiado tiempo entre la hojarasca
del otoño, callando la voz de Julia al resguardo de una ventana que lejos de
ser transparente desprendía escalofriantes reflejos opacos.
“Otoño desde mi ventana” nos muestra una aterradora realidad
que desgraciadamente estamos viviendo en la sociedad actual. Nos hace un nítido
retrato de ese comienzo alocado de la adolescencia, en el que las hormonas se
disparan y en este caso, a los dieciséis años, la eterna primavera les altera
constantemente. Sin embargo, también nos habla de la exacerbada falta de
comunicación en muchas ocasiones entre los padres y las madres respecto a sus
hijos e hijas. Nos plantea asimismo con denotado tacto el delicado tema del
suicidio juvenil y todo el entorno que rodea a una tragedia de estas
características, así como nos deja al descubierto la frágil vulnerabilidad de
las adolescentes ante situaciones de las que son triste, traumática e
injustamente las propias víctimas y en las que posteriormente el miedo y la
vergüenza les aprisionan cifrando su diálogo. Con un lenguaje directo y una
narrativa que se va sucediendo a un ritmo vertiginoso, la autora nos introduce con
un hilo de suspense, en un misterioso enigma que nos lleva a desvelar una
drástica y horrible fatalidad encubierta y entremezclada con la desolación de
la pérdida, la cual la única huella que deja, es un inmenso vacío.
*Reseña: Raquel Victoria