Rompiendo los dorados márgenes
sociales en el crepúsculo de los años veinte y enclavados en los infinitos y
abrumadores parajes que dibuja entre vados y arrozales la Indochina francesa,
nos vemos transportados entre las caudalosas corrientes del río Mekong,
asistiendo al inmenso derroche de una largamente saboreada pasión prohibida,
que envuelve con plenitud a los protagonistas y remueve con furia sus propios
orígenes. Él es un adinerado chino que nada en las aguas de la abundancia, pero
rasgado por temores interiores que logran vencerle a cada instante, demostrándole
así sin titubear su acomodada procedencia. Ella es francesa, apenas una niña
solitaria y perdida, esculpida ya por los contornos de un cuerpo que se palpa
de mujer, madurando a un ritmo trepidante que pasa tocando la bruma de la
miseria en un entorno familiar que se torna brusco, caótico y desesperante. Sin
embargo, a pesar de las múltiples y vastas distancias que les separan, el deseo
cautivo de los amantes, marcará el punto álgido de un amor velado y acariciado
por la embriaguez del placer extremo, para la mayoría impúdico y abocado a la
deshonra ante las miradas ajenas, pero para ellos recorrido en el flujo
continuo de una necesidad imparable que arrastran de por vida con las fangosas
arenas del río y que colman bajo los resplandores de atardeceres que van
apagándose, difuminándose ya en la transparencia celeste que acoge Saigón. Aún
sumergidos en este arrebatador y tórrido romance, las voces de los puestos de
la selva, clamarán con estrépito sus
delimitadas reglas del juego, aquellas que les atrapan sin remedio en el
nebuloso jardín de los patios vallados.
“El amante” nos proyecta con
absoluta claridad en un espejo del tiempo, la cruda realidad vivida por la
protagonista y el completo rechazo mostrado por la sociedad de aquel entonces
que la repudia aislándola. Las diferencias raciales sumadas a las económicas y
por supuesto al evidente salto de edad entre ellos, forman un abismal escenario
forjado de imperiosas barreras prácticamente infranqueables para los amantes
secretos. La autora, con un lenguaje profundo e íntimo, nos retrae a la época
colonial francesa, enmarcada en una fotografía de retazos fragmentados que se
llenan de sensualidad, pero que también esconden un trasfondo familiar
desconsolado entre la exuberante y exótica naturaleza que empapa con una
colorida lluvia verde amarillenta, el palpitante paisaje asiático.
*Reseña: Raquel Victoria