Desde
primeras horas de un despejado día estival, un mar de dudas va navegando en
torno a Clarissa Dalloway mientras se afana con los preparativos de una fiesta
que culminará con el ocaso de ese mismo día y en la que toda la flor y nata de
Londres estará presente exhibiendo su exquisitez y pomposidad.
En
la edad que todo lo vela, ella ya solamente reconoce las perlas decorativas que
cuelgan de su silueta. Lleva media vida naufragando entre la opulencia y ahora
la figura que la enfrenta al espejo mágico de la vida ha dejado de ser ella, es
difícil reconocerse a sí misma cuando arrastra tantos años detrás de la máscara
que le hace representar su papel de anfitriona a la perfección. Ante tantas
apariencias y con la repentina e inesperada visita de Peter, siente su reseco
corazón cortado de nuevo por la navaja de los recuerdos, que se agolpan poco a
poco en los lugares más insólitos de su alma, para devolverle como un flechazo,
un pasado perdido y añorado bajo el verde frescor de Bourton, rememorando
aquellos soleados veranos donde el tiempo se paraba disolviendo el plomo de los
relojes. Sin embargo y a pesar de las comodidades derivadas de la alta posición
que ostenta, sus noches de fiesta engalanadas con sedas la atrapan en exigentes
convencionalismos que ella representa con soltura y frivolidad, siendo
exactamente la señora Dalloway, el destino al que aspiró cuando eligió su vida
entre algodones al lado de Richard, quizá sin saber entonces que sus
pretensiones se irían cargando de nubarrones cada vez más espesos al descubrir
que siempre sería la sombra de su marido. Ya nadie la llama Clarissa y ahora
sólo se viste por fuera, las prendas que un día albergaron su interior, han
caído en un eterno olvido mostrando únicamente su fachada.
“La
señora Dalloway” nos reverencia y compone la alta sociedad londinense inmediata
a la Gran Guerra, nos impregna del sabor agridulce de una mujer de elevada
clase social que carece de vida propia adulando constantemente a todos los que
la rodean y congelando en su memoria sus propios sentimientos. En un lenguaje
tremendamente metafórico y prácticamente en un monólogo narrativo que lleva a
la reflexión, la autora nos enmarca el fracaso y la filosofía entre la vida y
la muerte que pululan alrededor de los pensamientos del resto de personajes que
se entrelazan, descubriéndonos la cara profusamente conservadora del rígido
carácter británico del periodo de entreguerras, transparentándonos a la mujer
inglesa como un frágil diamante que solamente refulge entre las flores de su
propio jardín.
*Reseña:
Raquel Victoria