En su novela Lo que
nos queda por vivir, Elvira Lindo nos sumerge en el universo de Antonia,
una mujer joven, perdida en la vida que ha escogido vivir: madre de un niño de
corta edad; víctima de la indecisión de un marido que se va, vuelve y no resuelve
dónde quedarse; de su propia indecisión, provocada por la inseguridad de ignorar
quién es y hasta dónde puede llegar.
Elvira Lindo disecciona el alma de su personaje, nos muestra
cada átomo de esa personalidad intangible para que podamos entenderla, nos
lleva por el pasado; por la infancia, que es ese jardín en el que jugamos
durante toda la vida; por el presente, que se convierte en el escenario donde
ajustamos cuentas con el pasado; por el futuro, que solo existe si hemos sabido
salir airosos de esa batalla, si hemos logrado conocernos y trazar una ruta
para nuestro destino.
Antonia se muestra con el corazón desangrado por mil
heridas: la orfandad, la soledad, la responsabilidad de cuidar a un hijo, los
errores acumulados que suman penas, los inquietantes dilemas… Intenta encontrar
en sí misma las claves que le permitan vivir y opta por el camino más arduo,
por un viaje interior hacia las simas oscuras que solo uno puede iluminar.
Antonia descubre que es una mujer fuerte, que dispone de los recursos precisos
para enmendar los errores cometidos. Además, tiene un hijo. Gabriel será su
acicate, el motor que dé impulso a sus anhelos, su amor la redimirá, ayudándola
a salir a flote.
Elvira Lindo se descubre en esta novela como una escritora
madura, con extraordinaria capacidad analítica, con resortes para conmover y destreza
para añadir belleza a la narración a través de las palabras. Lo que me queda por vivir es un canto a
la esperanza, a las ganas de seguir adelante, cueste lo que cueste, sin
rendirse. Porque los caminos de la vida se eligen. Porque es posible cambiar de
camino.